Preguntas y respuestas
Comisión Doctrinal – International Catholic Charismatic Renewal Services
Anno 2015
A menudo conducimos nuestra vida cristiana como si tuviéramos que llevarla a cabo nosotros solos. Nos volvemos a Dios para la fuerza y los carismas, y cuando estamos realmente perdidos pedimos su guía. Pero a menudo le imaginamos solo al principio y final de nuestro día, dándonos instrucciones y esperando que volvamos con la “misión cumplida”. La pregunta es: ¿deberíamos buscar ser conducidos paso a paso, decisión tras decisión, por el Espíritu Santo? ¿Podemos dejar que el Espíritu sea nuestra fuente constante de guía? Los Evangelios presentan a Jesús como conducido por el Espíritu desde el comienzo de su ministerio público: es “llevado” e incluso “empujado” por el Espíritu al desierto (Mt 4, 1; Mc 1, 12), y después a Galilea (Lc 4, 14). Lucas insiste que Jesús hace esto “lleno del Espíritu Santo”, que acaba de descender sobre él en el Jordán (Lc 4, 1).
De la misma manera, el anciano Simeón fue “impulsado por el Espíritu” al templo cuando Jesús es presentado en su octavo día (Lc 2, 27). Felipe es conducido a encontrarse con el eunuco etíope, ministro de la reina: el Espíritu empuja a Felipe a hablarle, explicarle las Escrituras y bautizarle, y luego le arrebata (Hch 8, 26.29.39). Pedro también es guiado por el Espíritu para ir a visitar paganos (cf. Hch 11, 12), como a Pablo y Silas les impide el Espíritu ir a Asia o Bitinia (Hch 16, 6-7).
Los Padres de la Iglesia y los teólogos han desarrollado esta dimensión de vida en el Espíritu bajo el encabezamiento de “dones del Espíritu”. La lista tradicional, inspirada por Isaías 11, 2, incluye sabiduría, entendimiento, consejo, fortaleza, conocimiento, piedad y temor del Señor. Santo Tomás de Aquino explica que mientras que la fe, la esperanza y la caridad nos atraen hacia Dios y nos transforman, todavía necesitamos una ayuda adicional para escoger muy concretamente el camino correcto y tomar las decisiones para vivir esta transformación. Ser cristiano significa no solo hacer el bien en general o vivir una vida en conformidad con el Evangelio; significa obedecer al Señor en los detalles de nuestra vida. Para Aquino los dones del Espíritu nos asisten en hacer justo eso, porque nos disponen a ser conducidos por el Espíritu: “Los dones del Espíritu Santo… nos ayudan a seguir el impulso que nos comunica el Espíritu”. Santo Tomás también desarrolla la hermosa idea del “instinto del Espíritu Santo”. Más que se nos otorgue una especie de conocimiento que podríamos utilizar como si fuera nuestro, nos hacen “instrumentos” más atentos y obedientes en manos de Dios.
Estos dones son parte de la vida cristiana normal, pero todavía necesitan ser pedidos y nutridos. Un testigo llamativo de esto fue el Pastor David du Plessis, un líder clave en el movimiento pentecostal. Su primer pensamiento al despertarse por la mañana era saludar al Espíritu Santo: “Hola Espíritu Santo, te amo”. Luego seguiría diciendo: “Espíritu Santo, por favor condúceme paso a paso hoy: seguiré el primer impulso que me venga a la mente para cada decisión que tome”. Era una manera de “retar” al Espíritu a asistirle e inspirarle. Du Plessis tenía planes y citas, pero se sentiría libre de cambiarlos si el impulso le orientaba en otra dirección.
Por supuesto, si intentamos seguir la guía del Espíritu Santo de una manera tan inmediata necesitamos discernir constantemente si es realmente su voz la que estamos escuchando. Los términos “instinto” e “impulso” indican que el primer acceso que tenemos a esta guía es un tipo de “sentimiento”. San Ignacio de Loyola, que desarrolló una enseñanza profunda y precisa sobre el discernimiento, coincide: el “medio” de discernimiento, por el que el Espíritu nos guía, son nuestras emociones. La paz y la alegría nos muestran el camino a seguir, el desasosiego y la repugnancia de lo que tenemos que alejarnos. Sin embargo, las emociones son solo el medio, no son la voz del Espíritu mismo. Es necesario emplear nuestra mente para entender a qué está reaccionando la emoción, pedir consejo a otros—ya que el Espíritu obra a través de la hermandad de la Iglesia—y mantener nuestros ojos abiertos a las consecuencias, ya que sólo el fruto de nuestras decisiones puede ofrecer una confirmación plena y final.
También necesitamos aprender a reconocer la voz del Espíritu, para que se vuelva cada vez más familiar, a través de la oración regular y meditaciones sobre las Escrituras, a través de las que el Espíritu habla de la forma más clara.
De modo, que al final, sí, deberíamos ser conducidos paso a paso por el Espíritu Santo, porque es así como desea dirigirnos—y podemos, porque podemos nutrir los “dones del Espíritu” y crecer en discernimiento.